El alza del puntaje mínimo para estudiar pedagogía —de 502 a 626— ha encendido el debate público. Las críticas apuntan al riesgo de perder matrículas y agudizar el déficit docente. Pero la pregunta incómoda es otra: ¿Debemos seguir bajando la vara para llenar aulas universitarias o atrevernos a exigir lo mínimo indispensable para formar a quienes guiarán a las futuras generaciones?
Un 60% de logro en la PAES, equivalente a un 4,0 en nuestra escala, no es excelencia: es apenas aprobar. Y, sin embargo, se presenta como una amenaza. Lo verdaderamente escandaloso no es que pidamos ese nivel, sino que hayamos normalizado durante años que el país acepte menos para quienes deciden enseñar. Chile reclama calidad educativa, pero sigue atrapado en la lógica de la cantidad: más matrículas, más cober