Ignacio Gabilondo era un niño extraordinariamente despierto, inusualmente lúcido, precozmente inteligente. En las clases de 5° grado de primaria la maestra se sentía incómoda durante la hora que correspondía a la materia de Geografía, pues Ignacio se paraba al lado de la esfera del globo terráqueo y le preguntaba al azar a uno de sus compañeros de clase: dónde quedaba, por ejemplo, el país de nombre x o y. El niño señalado se quedaba petrificado ante la esfera del planisferio con sus cinco continentes dando vueltas sobre su propio eje en medio de un peculiar silencio que ponía nervioso a sus compañeros de clase y por supuesto a la maestra. El chico creció en medio de un mundo de música de todos los confines del orbe; lo mismo daba oír una «polonesa» o un «nocturno» de Chopin que una canció

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