Por: Mauricio Parilli
En la vida nada es estático; todo evoluciona. La tecnología ha acelerado por mucho la manera en que encontramos soluciones, pero también ha desatado una paradoja.
Con la simpleza de un teléfono, se nos otorgó un poder inmenso para comunicar y denunciar, mientras la inteligencia artificial nos promete una eficiencia casi mágica. Nada de esto es cuestionable. Lo que sí nos interpela es observar cómo, en medio de esta vorágine, el rol de la sociedad civil parece desdibujarse, absorbido por un espectro público que privilegia un exceso de contenido, pero no necesariamente de sentido.
El diagnóstico es sutil pero alarmante. Primero, sufrimos la tiranía de lo efímero: los debates cruciales se han diluido en la fugacidad de los grupos de WhatsApp, donde la voz más sólida e