Mi hijo de cinco años no sabe perder. Se enoja, se frustra, altera las reglas a su antojo o inventa excusas con tal de no perder un partido de fútbol, un juego de cartas o de mesa. Por más que le explicamos la importancia de ser un buen perdedor, de pasarla bien en el juego y que las reglas no pueden cambiarse, nada puede frenar el estallido: la detonación de furia y enojo y una sordera absoluta a las razones que los adultos que lo amamos esgrimimos.
Los hijos de edades similares de muchas madres —me animo a decir de la mayoría— no saben perder. La periodista, escritora y doula, Debbie Maniowizc dice que el suyo, de siete, tampoco. ¿Cómo se hace para enseñarle a los niños, niñas y adolescentes a perder en un mundo que suele mostrarles a los héroes que admiran brillando con el polvo dorado