El recuerdo tiene una geografía y una atmósfera. El mío me lleva a los puestos de periódicos, abundantes, parte del paisaje del entonces Distrito Federal, durante mi primera juventud. Hay un placer casi extinto en la memoria de ese olor a tinta fresca mezclado con el smog de la mañana, en el colorido vibrante de las portadas y en el tacto de los libros de colecciones de pasta dura, bien traducidos, que uno compraba casi al peso. Era un ritual que me formaba tanto como las aulas: una educación sentimental y anárquica entre el estruendo de la ciudad.
En una de esas expediciones, cayó a mis manos un título que prometía un duelo de titanes: El azar y la necesidad , del biólogo francés Jacques Monod. Yo provenía de formaciones que, a primera vista, eran mutuamente excluyentes. Por un lado,