A los ocho años, Eneida Rendón comenzó a perder la audición; a los 14, ya era completamente sorda, condición que se sumó a la ceguera congénita que padecía. A pesar de ello, nunca se rindió. Buscó nuevas formas de comunicarse y encontró en la música un refugio: aprendió a tocar el piano guiándose únicamente por las vibraciones de las teclas.

Durante 11 años vivió sin poder ver ni escuchar. La falta de recursos económicos y los prejuicios en torno a los implantes cocleares retrasaron su acceso a esta tecnología que, más adelante, transformaría su vida. Cuando finalmente, a los 25 años, recibió el implante, la emoción de escuchar por primera vez las notas que tocaba la hizo olvidar la partitura.

Originaria de Guadalajara, Eneida nació con discapacidad visual y desarrolló sordera pr

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