“Para mí ya no son perros, son unos monstruos”, dice Norma Patricia G. con lágrimas en los ojos y la voz quebrada al recordar la noche en que una jauría de unos diez animales la atacó casi a medianoche, en una calle oscura de la colonia Corregidora.

Una de las heridas más dolorosas no fue causada por las fauces, sino por la indiferencia de las autoridades que la dejaron “morir sola” aquella peligrosa noche.

El pasado sábado, alrededor de las 22:30 horas, María salió de su casa rumbo a la vivienda de unas amistades en el mismo barrio. Bajó por la empinada calle Esteban Coronado y al fondo, en la esquina con Pascual Orozco, vio a la jauría. Intentó ahuyentarlos como otras veces: “¡Háganse para allá!”, les gritó. Pero apenas uno le brincó encima, los demás se le echaron encima.

“Me acuerdo

See Full Page