Arrancamos octubre, el mes en el que todo se pinta de rosa. Vemos listones, carreras, campañas, empresas y gobiernos unidos en torno a una misma causa: la lucha contra el cáncer de mama.

Pero hoy quiero dedicar esta columna a una de mis mejores amigas, una de esas hermanas que no son de sangre, pero que la vida te regala y que por poco la misma vida casi me la arranca.

Crecimos juntas, hemos estado una al lado de la otra desde el kínder, y desde entonces nunca nos hemos separado.

Además de poseer una belleza externa obvia, posee una belleza interior aún mayor: una fe inquebrantable, una fortaleza serena y una forma de amar la vida que ilumina todo lo que toca.

A través de ella entendí muchas cosas, y fue de ella de quien escuché una frase que nunca se me olvidará:

“El cáncer de mama,

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