Desde niña, Rafaela Mallma de Coca conoció el sacrificio. Nació en Pomacancha, Jauja, y a los seis años ya vendía frutas junto a su madre, en los trenes que pasaban por La Oroya. “Ella me enseñó a trabajar, a hacer negocio, a no rendirme”, recuerda con nostalgia. Fue la segunda de siete hermanos y a los 16 años se convirtió en madre por primera vez. “He sido siempre bien sufrida, pero desde chiquita trabajadora”, dice con la voz entrecortada.

De su madre conserva los recuerdos más vivos. “Ella me enseñó todo lo que sé. Me enseñó a vender, a no tener miedo al trabajo, a levantarme temprano para salir al mercado, (su voz se quiebra al recordarla) ella está conmigo, siento que me acompaña siempre, la sueño casi todas las noches. Tengo una foto de ella conmigo y cuando la veo siento que est

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