Desde el nacimiento, con ese primer llanto que anuncia la vida, hasta el instante final de la muerte, el ser humano está marcado por el dolor. No hay forma de escapar de él, porque es parte de la condición misma de existir. Los estoicos lo entendieron con lucidez: la vida no es cruel porque duela, sino que duele porque es vida. Séneca aconsejaba la preparación para la adversidad como la virtud más necesaria, y Epicteto señalaba que no se trata de evitar el sufrimiento, sino de aprender a convivir con él.
Aceptar que el dolor es un destino inevitable no significa resignarse, sino reconocer que el sufrimiento es un elemento constitutivo de la experiencia humana. Negarlo no lo borra; por el contrario, lo multiplica en forma de miedo y angustia.
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