La historia de la corrupción en la democracia española, que no es precisamente escasa, está ligada de forma muy estrecha a la de la financiación de los partidos. Desde los tiempos lejanos de Felipe González y la trama de Filesa hasta las actuales chistorras de Ábalos y sus amigos se puede establecer una línea de continuidad en la que PP y PSOE aparecen turnándose en los principales escándalos y a la que también se asoman nacionalistas vascos y catalanes. Es decir, toda aquella fuerza política que ha tenido mando en plaza ha sucumbido a la tentación de llenar sus siempre mermadas arcas con prácticas que se salían de lo legislado. Y otra constante que acompaña a esa tendencia es que los partidos han encargado esas actividades fuera de regulación a individuos de perfiles cutres, dados a meter

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