Por Carlos Arboleda Conde

@carboledaco

Nació en un pueblo donde el sol parece quedarse más tiempo sobre los tejados, y el río habla bajito entre piedras y cañaduzales.

Fue un niño curioso, de mirada despierta, que hacía preguntas que los adultos preferían no responder.

En su casa se rezaba el rosario cada tarde, pero entre los rezos se colaba la voz firme de una madre distinta: una mujer de ideas amplias, que creía que la libertad empezaba en el pensamiento.

De ella heredó el hábito de leer antes de dormir y la costumbre de mirar el mundo con duda, con hambre de verdad.

Aprendió pronto que las palabras pueden abrir puertas o encender incendios, y que en los libros — más que en los templos — se hallan los secretos del alma humana.

En la escuela se volvió imposible de ignorar. Tenía

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