El regreso de Donald Trump marca un punto de inflexión en la política exterior de Estados Unidos: el retorno decidido al “poder duro” (Nye, 2004) como instrumento central de su influencia global. Bajo una lógica pragmática y realista, el mandatario ha dejado atrás el discurso de la contención para reinstalar la fuerza militar y la coerción económica como pilares de su acción internacional. Su estrategia hacia Venezuela —convertida en laboratorio del nuevo orden hemisférico— anticipa un escenario de confrontación directa con regímenes y actores vinculados al narcotráfico, reconfigurando el esquema regional.

Este viraje reafirma la tradición estratégica norteamericana, según la cual, la diplomacia solo es efectiva cuando está respaldada por la fuerza. Con Trump, el poder blando cede terreno

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