Por las calles de Juliaca, con aire altanero, se presentó Phillip Butters. No vino a aprender, vino a dar lecciones. Lecciones de esas que se dictan desde la butaca de un estudio de televisión en Lima, con el país dormitando en la pantalla y un micrófono que, como una metralleta, terruqueaba a diestra y siniestra. Pero Puno no está en la pantalla, su medio preferido sigue siendo la radio. Además, el puneño, es de piedra y de hueso, y tiene una memoria más larga que cualquier otro peruano.
En la radio, Butters, acostumbrado a la impunidad de quien insulta a un pueblo entero desde la lejanía, se enfrentó a la mirada seca y la palabra precisa de periodistas y analistas que no le temían. Entre ellos estaba Fernando Salas Tapia, precandidato a la presidencia —que de tonto no tiene un pelo—, au