Mientras golpeaba de manera febril las teclas de su máquina de escribir en la sala de redacción del diario local The Vidette-Messenger , a Englebert Zimmerman le resultaba imposible contener la excitación. No era para menos: en el municipio de Jackson nunca pasaba nada, pero esa noche había caído un avión . No una avioneta, sino un avión de línea de los más grandes y los más nuevos, con pasajeros a bordo. Y él, un casi anónimo periodista de pueblo, había sido el primero en llegar. Seguro que al día siguiente el lugar se llenaría de enviados de los diarios de las grandes ciudades, incluso algunos de The Washington Post y de The New York Times , pero sería tarde, él era el único que podía escribir –antes que nadie– una crónica desde el mismísimo lugar de los hechos. Cuando esos repor

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