Ana nunca pensó que un mensaje en su celular podría cambiarle la vida. Una tarde, en el chat de padres de la escuela, alguien compartió un supuesto aviso: “¡Cuidado! Están secuestrando niños en la colonia”. Venía acompañado de un audio con voz angustiada y de una foto tomada de internet. El pánico corrió de grupo en grupo. Algunas familias dejaron de llevar a sus hijos a clases, otras corrieron al supermercado a “protegerse”. El miedo estaba sembrado.
Días después se supo la verdad: todo era falso, producto de una de esas granjas de manipulación que operan como fábricas de miedo. Su único objetivo era generar caos, desconfianza y división. Ana, como miles de personas, se convirtió en víctima de un engaño que no buscaba dinero, sino algo más peligroso: minar la confianza en la comunidad.