… la santa palabra, no puede ser escrita, pronunciada, aludida, imaginada, soñada, personalizada, representada, acuñada, por bípedo alguno que con sus extremidades tenga o haya tenido contacto con la polvadera miserable de la que estamos hechos. Quien lo haga, sufrirá las consecuencias.

Admonición gravada en un banco de la ermita de Montecasale, Italia (Siglo XII).

El fraile italiano Brunello di Montalcino advierte en su obra, La lengua que se muerde a sí misma (1304 o 1308) que los primeros cultores del pronombre Ella aparecieron rondando la Pequeña Venecia en la temprana Edad Media, luego de las luchas fratricidas que diezmaron las huestes de los Hermanos Redentores de la Verdadera Liberación y abrieron paso al período conocido en la academia como el de la alacranización del culto.

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