Una gran tempestad romántica sacudió el Teatro Real; su coro, tan brillante siempre desde hace años, se meneaba como embravecido oleaje, temeroso de ver la nave que parecía hundirse y en la que llegaba su héroe: Otelo. La flota sarracena ha quedado hundida en las olas y él, que es moro, pero designado como gobernador de la isla de Chipre, sobrevive con los suyos, trayendo los estandartes enemigos desgarrados. Alabado por el pueblo, salvado del dominio turco, pretende casarse entonces con la maravillosa, pura y delicada Desdémona, un amor salvífico parece iniciar su llegada, aunque el pérfido Iago interviene calumniando.
Acabar la temporada anterior con Verdi y comenzar la nueva con el mismo gran genio es siempre un fácil acierto, a la celebrada La Traviata le ha seguido, para abrir el c