Hoy, con el paso del tiempo, persiste una mezcla de tristeza, desazón e impotencia. Porque, aunque las llamas se apagaron y las paredes fueron reconstruidas, la herida más profunda sigue siendo la impunidad.
La justicia no ha logrado -ni querido, tal vez- encontrar a los responsables de aquel acto criminal que puso en riesgo la vida de decenas de trabajadores que esa noche cumplían su tarea, preparando una nueva edición del diario. Una edición que nunca fue igual, porque el miedo y la conmoción se adueñaron de todo.
Aquel intento por prender fuego «todo» no fue solo contra un edificio, sino contra la libertad de expresión, la tolerancia, y el derecho a pensar distinto. Fue un mensaje oscuro hacia el pluralismo y la convivencia democrática.
Sin embargo, como medio, como equipo humano y c