En los últimos años, hemos comenzado a reconocer una verdad que durante mucho tiempo estuvo fuera del foco del sistema educativo: Las emociones también se aprenden, se desarrollan, se gestionan y se enseñan. Como estudiante —y también pensando desde el rol docente—, me he cuestionado por qué habilidades tan fundamentales como saber manejar la frustración, comunicarse con empatía o tomar decisiones conscientes no forman parte estructural de nuestro proceso formativo. Afortunadamente, la educación emocional comienza a ganar espacio, pero aún estamos a tiempo de impulsarla con mayor decisión.

En el contexto mexicano, la necesidad es urgente. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE, 2021), el 15.4% de la población de entre 18 y 29 años reporta niveles bajos de

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