Cuando te celebran el cumpleaños te atiborran con toda clase de elogios pluscuamperfectos. Es como si te hubieras muerto. (De los muertos, hablar solo lo bueno, dicen que decían los romanos). Pero viene lo que llaman el guayabo o el desencanto del día después. Toca volver a la realidad, a ser un don nadie, un n.n. con cédula de alguna parte.

Un mandadero más. El que saca el perro a mear. O la basura. El que espanta los ladrones y/o abre la puerta para decirle no al vendedor de aspiradoras. O de tamales o mazamorra. O al pacífico testigo de Jehová o al mormón que trata de hacernos cambiar de iglesia, versículo en mano.

A partir del día siguiente, nos toca decir con el pusilánime Eneas Flores de Apodaca: «No salgo de debajo de la cama porque en esta casa mando yo».

O: «En esta casa se hac

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