Alonso Salazar Jaramillo ha sido un personaje excepcional en la historia de Medellín en el último medio siglo. Si lo fuéramos a definir tendríamos que denominarlo el testigo estrella de la ciudad en estos casi 50 años.

Él fue el primero en advertir la existencia de una generación que crecía en las comunas en medio de la desesperanza con su libro “No nacimos pa’ semilla” (1990). Gracias en buena medida a él, y a la Corporación Región de la cual hacía parte, el Estado pudo entrar en esos barrios para ese momento impenetrables para la institucionalidad.

Le dieron la llave a María Emma Mejía para que pusiera la cuota inicial de esa transformación de la ciudad desde las barriadas populares (1990-1994), que luego se consolidó como una suerte de “milagro” de Medellín: cuando a punta de inver

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