El fracaso tiene mala prensa. Suena a derrota, a cierre, a esa palabra que evita todo aquel que aún no ha aprendido a digerirla. Pero la verdad es que el fracaso es inevitable, necesario y, si se le mira bien, hasta hermoso. Es la única constante real en la vida de cualquiera que haya intentado algo de verdad.
La cultura actual nos bombardea con historias de éxito condensadas en reels de 30 segundos: el emprendedor que “lo logró”, la influencer que “creyó en sí misma”, el comediante que “nunca se rindió”. Pero casi nadie muestra la parte donde dudaron, se estrellaron o pasaron semanas cuestionando si tenían talento o simplemente delirio. Esa parte, la que no es instagrammeable, es donde realmente pasa la magia.
Fracasar no es solo no conseguir algo; es descubrir los límites de tu métod