En el fondo de una celda fría, bajo la luz tenue de una sola bombita, un hombre repasaba mentalmente combinaciones de piezas y movimientos. En su mente, se dibujaban caballos saltando sobre soldados imaginarios, una torre deslizándose por la columna, el rey amenazado. Esa noche, un tablero de ajedrez iba a decidir más que una simple partida. Ese hombre se iba a jugar la vida en el tablero .
El preso, de rostro sereno y ojos oscuros hundidos por noches sin sueño, se llamaba Ossip Bernstein . No era un político, tampoco un asesino, ni siquiera un espía del tipo que la Revolución rusa se empeñaba en atar ante los pelotones de fusilamiento. Era un ajedrecista legendario y un brillante abogado financiero . Pero en 1918, ni los abogados ni los genios del tablero encontraban misericordia e