se despidió en Las Ventas como las leyendas, sin previo aviso y después de alcanzar la cima. Cortó dos orejas y, con lágrimas contenidas, dejó el símbolo del adiós en el ruedo. Con él se marcha el último gran exponente del toreo clásico, un artista que devolvió el alma al toreo y la fe a la belleza.

Desde su alternativa en Burgos en 1997, de manos de , hasta su adiós este pasado Día de la Hispanidad en Madrid, ha trazado una carrera marcada por el arte, la pureza y la personalidad. En 1999 abrió por primera vez la Puerta del Príncipe de la Maestranza, plaza que marcaría su vida. Volvió a hacerlo en 2007 y en —el primero en 52 años— al toro “Ligerito”, un suceso que consagró su nombre entre los elegidos.

Madrid fue siempre su prueba de fuego. En 2007 se encerró con seis toros en la Ben

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