Siempre que hablamos de Venezuela lo hacemos de petróleo, al punto que repetimos que somos una nación petrolera con las consecuencias económicas, sociológicas e, inclusive, psicológicas y culturales que ello implica. No en vano nos hemos acostumbrado y caracterizado de ser un país que vive de la “renta” petrolera, de ser el “país rentístico”, cuestión que ahora refuta el deterioro y la mengua de esa industria.
Tanto es asi que, al menos en lo que a lo económico se refiere, el país ha sido pensado sobre la base, casi únicamente, de una doctrina económica petrolera. Ese sesgo se expresa en temas tan significativos como política de precios petroleros, sea para defenderlos o valorizarlos, internamente o a través de la participación en la OPEP. Temas como el cambiario derivan de lo que suceda