El aula se ha convertido en un campo de batalla verbal. Un adolescente puede llamar “bro” al maestro, tutear al director y decir una grosería con la misma naturalidad con la que abre TikTok. No lo hace por rebeldía pura, sino por una transformación cultural mucho más profunda: el derrumbe de la autoridad simbólica y el nacimiento de una generación que negocia el respeto con emojis, sarcasmos y silencios digitales.
El lenguaje soez —tan normalizado como un meme— dejó de ser transgresión para volverse identidad. Es una marca de pertenencia y poder: quien habla fuerte, manda; quien reta, sobrevive.
Lo advierte la UNAM: los adolescentes muestran una “marcada ausencia de respeto hacia las figuras de autoridad”, producto de modelos familiares débiles y del bombardeo de referentes que ridiculiz