Me dijeron que podía escoger un cuadro para la oficina que me había sido asignada. Que debía coordinar con los encargados de logística para ir a una especie de depósito en donde se acumulaba de todo, desde escritorios y sillas hasta una serie de cuadros apilados en el piso contra la pared. Escogí uno que me gustó mucho: un cuadro de grandes pinceladas, brochazos diría, que usaba solo tonos de blanco y gris sobre un fondo negro. Ese cuadro me acompañó por un par de años hasta que salí de licencia para estudiar.

No se cuántos años después, un experto realizó para la empresa un inventario y una valorización detallada de todos los cuadros existentes. El cuadro que yo había elegido en el depósito fue trasladado al lugar principal: al centro, entre las dos puertas del directorio, en el nuevo ed

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