Hay silencios que pesan como toneladas. Segundos que se estiran al infinito y que pueden cambiar —o terminar— una vida. No siempre hay alguien del otro lado del teléfono, ni dinero para pagar una terapia, ni siquiera la fuerza para decir “no estoy bien”. En esos momentos en que la mente se vuelve laberinto y la salud emocional pende de un hilo, cualquier gesto de contención puede marcar la diferencia. Y ahí, justo en ese vacío donde el ser humano más necesita ser escuchado, la inteligencia artificial empieza a mostrarse como algo más que tecnología: una posibilidad de acompañamiento, una voz que no juzga, un eco que puede sostener cuando el mundo calla.

Hoy, más de 970 millones de personas en el mundo viven con un trastorno mental, según la Organización Mundial de la Salud. En países como

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