Durante diez días, Pablo Rodríguez Laurta remó en silencio sobre el río Uruguay. Cada brazada formaba parte de un plan meticuloso, pensado hasta el mínimo detalle. En una cabaña alquilada en la ciudad uruguaya de Salto, el hombre que más tarde sería señalado por uno de los crímenes más brutales de los últimos tiempos afinaba su estrategia para cruzar al país sin ser visto. Practicaba con una piragua cómo vencer la corriente, cómo remar sin dejar rastros. No era deporte: era preparación para matar.
El uruguayo de 39 años planeó durante semanas cada paso. Cruzó el río en kayak por un paso no habilitado, a la altura de Puerto Yeruá, Entre Ríos, evitando controles migratorios y dejando atrás toda huella posible. Lo hizo solo, pero su idea era volver de la misma forma con su hijo de cinco años