“Somos viernes, no domingo”, nos dijo alguna vez un teólogo. La frase cayó con la simpleza de una piedra en un pozo, pero su eco me ha acompañado durante décadas. La escuché en una charla sobre catolicismo que un fraile dominico dictó a un puñado de estudiantes en el entrañable Centro Universitario Cultural, el CUC, ese refugio de pensamiento y arte escondido en Odontología 35, a unos pasos de Ciudad Universitaria. Con esas cuatro palabras, el fraile intentaba explicar el carácter de un cierto catolicismo, y yo, en mi participación, me atreví a extenderlo a la identidad mexicana: somos un pueblo devoto y cercano al hijo de Dios crucificado; un pueblo ajeno y lejano al hijo de Dios resucitado.

Somos espejo del martirio, no de la victoria. Nos reconocemos en la sangre, en la herida, en el c

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