CIUDAD DE MÉXICO (apro).-El escenario del Auditorio Nacional se convierte en un bar minimalista. No hay pantallas ni efectos visuales: la historia se sostiene en su presencia. En Mala suerte, atiende un teléfono de cable, antes de recuperar su identidad artística más pura: una mujer sola, magnética, que se basta para llenar el espacio.

Cazzu prescinde de teloneros y preámbulos. Entra sola, directa, con la urgencia de quien regresa a un amor interrumpido. Detrás de un decorado que simula una ventana, su sombra apenas se distingue hasta que un grito del público rompe la penumbra. En la oscuridad comienza Ódiame, una interpretación intensa, corporal, sobre una mesa. Un hombre intenta danzar con ella; Cazzu lo aparta sin titubeos. Esa independencia será el hilo conductor del concierto.

En es

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