A veces, las buenas intenciones terminan siendo los peores errores. En Tulum , el Parque Nacional del Jaguar nació como una promesa de protección ambiental, pero acabó siendo el golpe final a un destino que ya tambaleaba entre el desorden, la codicia y la improvisación.

Porque, hay que decirlo sin rodeos: el parque fue una privatización disfrazada de conservación. El ex presidente Andrés Manuel López Obrador lo presentó como un acto de justicia ecológica, pero en los hechos vino a cerrar —con sellos militares— las únicas playas verdaderamente libres que quedaban en Tulum, esas que eran de todos, las del norte, junto a la zona arqueológica.

Hasta antes del parque, el tulumnense todavía tenía su refugio: podía caminar hacia el mar sin tener que pagar una entrada, sin tener que consumir en un restaurante con precios indecorosos, sin tener que pedir permiso a nadie. Pero con la creación del Parque Nacional del Jaguar , todo eso desapareció. Y no solo para la gente local. También para el turismo nacional, y hasta para el extranjero que hoy se pregunta por qué tiene que pagar tarifas o enfrentar restricciones para disfrutar de una playa que, hasta hace poco, era pública.

El control, además, fue entregado al Ejército . Y la naturaleza, administrada con mentalidad de cuartel, dejó de ser un espacio abierto para convertirse en territorio vigilado. Las quejas de la población fueron recibidas con silencio —y con la típica arrogancia de quien confunde orden con negocio—. Porque eso fue, en el fondo: negocio.

Negocio del parque, negocio de los terrenos aledaños, negocio de la especulación inmobiliaria que se disparó alrededor de esa franja “protegida”, donde aparecieron nombres conocidos: Nico Mollinedo , chofer e incondicional de AMLO , primo de Rafael Marín Mollined o (hoy aspirante morenista a la gubernatura de Quintana Roo), y hasta menciones incómodas sobre los propios hijos del ex presidente . Nadie en Morena dijo nada. Todos callaron. Porque oponerse, entonces, era tocar intereses demasiado cercanos al poder.

El resultado es visible hoy: un destino saturado, caro, inseguro, sin playas públicas y con un humor social por los suelos. Lo que alguna vez fue el símbolo del turismo libre, bohemio y natural del Caribe mexicano, hoy es una postal del desencanto.

Y sí, la tormenta de este 2025 fue brutal: el sargazo invadió más que nunca, la temporada se alargó, el turismo cayó, y el municipio —sin liderazgo ni visión— quedó atrapado entre la crisis ambiental y la económica. Pero fue el Jaguar el que terminó de devorar a Tulum.

Ahora, cuando el daño ya está hecho, las autoridades cabildean desesperadas para reabrir accesos y tratar de revertir la percepción para rescatar al destino. La lección está escrita en la arena: sin playas no hay paraíso .

Y en Tulum, el paraíso fue primero cercado… y luego vendido.

Los jaguares del 2027

Pero la historia sigue.

El Parque Nacional del Jaguar no solo cercó las playas de Tulum; también está reacomodando silenciosamente el tablero político en Quintana Roo. Lo que se presentó como una “reserva ecológica” terminó siendo un campo minado de intereses, donde cada metro de tierra tiene dueño, padrino o aspiración.

Y en esa selva, nadie se mueve sin cálculo.

La creación del parque fue, en realidad, una obra con dedicatoria. Desde Palacio Nacional se cuidaron las formas, pero no los nombres: el proyecto quedó en manos del Ejército, los contratos alrededor se tejieron con los mismos hilos que unen al poder federal con el negocio inmobiliario, y los beneficiarios, curiosamente, resultaron ser viejos conocidos del círculo presidencial.

Nico Mollinedo —el primo de Rafael Marín, aquel de la “Cuarta Transformación logística”— fue uno de los nombres que apareció en el rumor constante de los pasillos. Y el propio Marín , que hoy se mueve con ambiciones de gobernador y que carga ya con el costo político del parentesco, algo tendrá qué decir cuando se pasee por Tulum en pos de sus aspiraciones.

Porque en política, la cercanía pesa más que la culpa .

Mientras tanto, los alcaldes como Diego Castañón , quedaron atrapados entre la obediencia y el desgaste. No podían oponerse al parque, ni defender a su gente. Lo que parecía un “triunfo ambiental” se convirtió en su mayor pesadilla electoral: un municipio fracturado, una marca turística en crisis y una ciudadanía que ya no cree en los discursos vacíos.

Así, mientras unos intentan justificar el desastre con boletines, echando culpa al pasado y a todos pero sin autocrítica, otros preparan el relevo. En Tulum, en Playa del Carmen, en todo el corredor norte, los operadores de cada grupo ya miden el costo de la marca Morena frente a un electorado que empieza a cansarse de la soberbia disfrazada de transformación.

El Parque Nacional del Jaguar fue la obra que nadie se atrevió a cuestionar. Y hoy es el error que nadie quiere reconocer. Pero en la guerra por el 2027, será una pieza clave: un símbolo de cómo el centralismo, el negocio y la arrogancia pueden devorar lo que parecía intocable.

Porque, al final, los jaguares del poder no protegieron la selva. La marcaron como su territorio.

Jueves, día clave

Producto de las gestiones de la gobernadora Mara Lezama , que el pasado fin de semana viajó a la Ciudad de México para plantear la problemática de Tulum como un asunto de urgencia, este jueves se espera que la secretaria de Turismo, Josefina Rodríguez Zamora , visite el Parque Nacional del Jaguar para constatar lo que está ocurriendo y, en teoría, a partir de eso empezar a tomar decisiones en conjunto con las autoridades locales.

La liberación de las playas ya no puede esperar más porque, además, para el fin de semana se están preparando nuevas movilizaciones de ciudadanos para protestar por la falta de playas y todo lo que está ocurriendo en este otrora paraíso.