Anuncio a anuncio, su empresa, OpenAI, se ha convertido en la compañía no cotizada más grande de la historia
Esta semana hace justo un año publiqué en estas páginas un artículo en el que alertaba de que “en los próximos meses (por ejemplo, 12, o de aquí a que los tipos de interés vuelvan a la zona del cero), se producirá otra crisis global que volverá a poner el mundo boca abajo.”
En aquel momento, parecía un disparate. El mundo iba viento en popa, parecía que las ondas inflacionarias que habían sacudido Europa y EEUU estaban retrocediendo, Kamala Harris iba a ganar las elecciones en EEUU, Rusia parecía estar al borde de dar su último suspiro en Ucrania y el espíritu general era de optimismo.
12 meses después ya nadie duda de que hay una burbuja en la mal llamada inteligencia artificial. En las últimas semanas la práctica totalidad de los analistas ha hecho pública su preocupación porque las expectativas de la IA se nos hayan ido de las manos. El MIT publicó un extenso informe en el que afirmaba que “el 95% de las empresas que han apostado por el uso de la IA solo han obtenido un gasto millonario sin retorno medible en ingresos reales”, el Banco de Inglaterra alertó la semana pasada sobre el riesgo de una “corrección brusca” del mercado, algunos analistas avisan de que “la burbuja de la IA ya desarrolla síntomas del esquema Ponzi”, mientras Jared Bernstein, el principal asesor económico de Joe Biden, escribía hace pocas horas en el New York Times que “es hora de anunciar la tercera burbuja de nuestro siglo: la burbuja de la I.A.”. Este martes la portada de la biblia del mercado financiero, el Financial Times, alertaba de que los CEOs de tres de los principales bancos de inversión del mundo (Citi, JP Morgan y Goldman Sachs) creen que existe una burbuja y hasta el CEO de la empresa creadora de ChatGPT afirma que existe una burbuja en su propio sector.
El consenso es universal, hay una burbuja en los mercados derivada de la IA. La pregunta es, ¿cuándo explotará? Mi respuesta es la misma que hace un año: entre hoy y el momento en que la Reserva Federal americana no tenga más margen para bajar los tipos de interés para estimular una economía que ya da muchos síntomas de estar deprimida. Pero veamos los distintos escenarios.
En primer lugar, ¿por qué no ha explotado ya?
Pese a que la tendencia que nos ha traído hasta aquí no es nueva, ni siquiera es un fenómeno exclusivo de la falsa inteligencia artificial, la intelligentzia económica y financiera mundial estaba tan embelesada con las promesas de la IA que ha tardado mucho tiempo en reaccionar. No ha sido hasta que los números se han vuelto tan astronómicos que ya no hay como justificarlos cuando algunos analistas han empezado a dar la voz de alarma. Lo que ocurre es que si uno es analista, es duro reconocer que no lo viste venir, así que hay muchos expertos que dicen que todavía tardará uno o dos años en explotar. En ese ínterin, muchos han visto la oportunidad de subirse al tren y apuntarse a las ganancias extraordinarias de los últimos meses. Se apoyan en el precedente de que en 2008 la recesión comenzó un año antes del estallido de la bolsa y algo parecido podemos esperar en este caso.
Por el camino, yo no me puedo quitar la sensación de que lo que está ocurriendo es que algunos están saliendo del mercado (como el legendario inversor Warren Buffet, que lleva meses quitándose acciones de encima) mientras los últimos entran.
Así, resulta que en los últimos meses los inversores extranjeros y los hogares americanos han disparado la parte de su patrimonio que tenían en bolsa y, en particular, los hogares con una renta inferior a la media han multiplicado por cinco sus inversiones.
En español tenemos una expresión para esto: tonto el último.
¿Cómo explotará esta burbuja?
Yo no me planteo ningún escenario en el que este fenómeno explosivo de los mercados tarde más de un año en explotar. Si tuviera que apostar, diría que esta será la forma en que ocurrirá:
Toda esta burbuja tiene un nombre. El de esta se llama Sam Altman y es el fundador de OpenAI, la compañía que creó ChatGPT. Altman es un viejo conocido de Silicon Valley, donde dirigió durante años la incubadora de startups más importante del mundo, Y Combinator. Su expertise (como la de Elon Musk) no es ni la programación, ni la investigación: es la captación de fondos de inversión. Y como Musk, sabe que la mejor manera de capturar la atención de los inversores es inventar megaproyectos que amenacen con poner el mundo patas arriba pero nunca hoy, sino en unos pocos años.
Menos de cuatro meses antes de afirmar que había una burbuja en la IA, Altman estaba anunciando otra cosa: Habíamos cruzado el umbral de la “singularidad”, decía, una especie de momento místico que en Silicon Valley –que cada día se parece más a una secta– llevan esperando desde hace años e identifican con el punto de no retorno en el que el advenimiento de una superinteligencia capaz de superar a todos los humanos será ya inevitable. Cómo es posible que estemos a las puertas de crear una raza superior y esto sea, al mismo tiempo, una burbuja, es una pregunta que quedará suspendida en el aire porque nadie parece querer hacérsela a este señor.
Anuncio a anuncio, su empresa, OpenAI, se ha convertido en la compañía no cotizada más grande de la historia. Hace 10 días anunció que en su última venta de acciones habían valorado la sociedad en 500.000 millones de dólares, algo así como el PIB de Noruega, de Israel o de Austria.
Esta valoración tiene dos problemas. Uno, que no se sustenta sobre ninguna cifra de ventas. En 2025, OpenAI espera facturar según sus propias (a veces, super optimistas) estimaciones, unos 13.000 millones de dólares. Pero gastará mucho más, porque opera a pérdidas: le cuesta más prestar servicio de lo que cobra a los clientes. A día de hoy, entre lo que gastan en contratar centros de datos y los costes estratosféricos de los pocos ingenieros que desarrollan sistemas de IA generativa, las empresas de la mal llamada IA son estufas de quemar dinero. Así que necesitan seguir haciendo rondas de financiación, cada vez más rápido y a mayor precio, para seguir insuflando dinero a su operativa.
Y el otro, que a esa valoración estratosférica ya no hay ninguna compañía que pueda comprar OpenAI, como ocurrió en el pasado cuando Facebook compró Instagram, o Whatsapp, por ejemplo. El único recorrido para OpenAI y las otras 20 o 30 grandes empresas que están desarrollando chatbots y otros productos en torno a la IA, cuando ya no encuentren inversores privados, es salir a bolsa.
En las próximas semanas estas empresas, que según los últimos recuentos (la cifra cambia con los días) podrían valer en conjunto casi dos veces el PIB de España, tendrán que hacer una ampliación de capital detrás de otra. Más pronto que tarde los inversores empezarán a ponerse nerviosos con sus cifras de facturación. Es muy probable que encuentre dificultades para seguir financiándose. Tanto si deciden salir a bolsa, como si les empiezan a faltar los inversores, ocurrirá que tendrán que empezar a hacer una especie de striptease financiero y explicar con todo lujo de detalles todos los oscuros acuerdos circulares a los que ha llegado y la valoración del sector en su conjunto se desplomará.
El factor sorpresa: todo puede pasar
Tampoco es descartable que antes de que ocurra eso, ocurra cualquier otra cosa. La incertidumbre y los nervios en los mercados están en máximos. La semana pasada, un tuit de Donald Trump en el que anunciaba nuevos aranceles a China hizo perder casi un 4% al SP500 en cuestión de horas y provocó un “flash crash” en Bitcoin, una estampida que se llevó un 20% de la cotización por delante durante algunas horas.
Los mercados modernos funcionan en gran parte con algoritmos automatizados que tienen instrucciones de vender automáticamente a la mínima señal de una caída. En este momento, en el que hay tantos radicales libres (las criptomonedas, los acuerdos circulares a los que han llegado las tecnológicas, las quiebras de algunas empresas del sector del automóvil en EEUU y la cada vez más evidente tendencia del sector inmobiliario hacia la recesión) tienen a muchos inversores con un pie fuera, cualquier evento sorpresa podría producir una huida acelerada.