Dolores, una maestra jubilada de 50 años del Estado de México con formación en psicología, acudió a un chequeo de rutina. Su vida dio un vuelco cuando el médico detectó un flujo rojizo que salía de su mama. Cinco años atrás, ella había sido advertida sobre una pequeña bolita que requería vigilancia y tratamiento.

Tras esa consulta, comenzó el viacrucis que atraviesan miles de mujeres en México, muchas víctimas de un diagnóstico tardío o renuentes a la prevención.

Los análisis confirmaron el temido diagnóstico: cáncer de mama en etapa avanzada. Había muy poco que hacer. Un año después, a pesar del tratamiento, la enfermedad hizo metástasis en los huesos. Todo esfuerzo ya fue inútil.

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Ella, al

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