El español, que antes era una casa con patio y voz de todos, se nos está llenando de ministros y comisarios. De pronto la institucionalidad del idioma, asentada en la RAE y en el Cervantes, al menos en lo formal, ha vuelto al debate a cuenta de unas declaraciones del presidente del Instituto sobre la idoneidad o no del director de la Academia para serlo y en el revuelo se ha desvelado la pugna por hacer o no del idioma un sospechoso.

Pero realmente, tal debate no existe. Existe, sí, un intento de ocupación. La ideología en su versión desaforada, que tan eficazmente ejecuta el Gobierno, ha decidido que las palabras deben comportarse, que la gramática tiene que militar en algo. Y la RAE, que durante años prefirió la mesura al protagonismo, ha tenido que salir a defender lo que siempre fue s

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