Tal vez la lección más importante aprendida a partir del estallido social, es constatar que las teorías circulantes en las elites nacionales para interpretar el fenómeno no dieron el ancho. Y lamentablemente, el reduccionismo posterior -centrado exclusivamente en la violencia vivida- tampoco ha permitido un debate profundo sobre sus causas y efectos, abortando de este modo un necesario proceso analítico para repensar las herramientas de las que la política debe disponer para hacerse cargo de los humores que siguen anclados en la sociedad chilena y que, por cierto, subyacen de un modo resignado con las actuales dinámicas colectivas.

No fue la clásica confrontación de clases, pero tuvo componentes de confrontación que llevaron a la elite empresarial y política a prometer “meterse la mano al

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