La maternidad en la literatura latinoamericana ha dejado de ser una imagen sagrada o un mandato incuestionable. En las últimas décadas, las escritoras de la región han desarmado ese discurso tradicional para explorar las zonas más complejas del vínculo entre madre e hijo, entre cuerpo y deseo, entre culpa y libertad.

Como escribió Mónica Ojeda en “Madre mía”, “Las madres no siempre son refugio; a veces son el origen del miedo”. Esa frase marca de alguna manera el pulso de una nueva narrativa latinoamericana que no teme mirar la maternidad desde la violencia, la imposición o la ambivalencia emocional.

Durante buena parte del siglo XX, la figura materna fue tratada como símbolo de nación, sacrificio, pureza o mandato social. Sin embargo, ya escritoras como Silvina Ocampo, Clarice Lispec

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