Todos en el bar sabíamos que, cuando queríamos conseguir un buen precio por un libro, teníamos que ir a la librería de don Samuel, que era el que mejor pagaba los libros usados.

Don Samuel estaba acostumbrado a tratar con escritores, poetas, filósofos y todo tipo de bohemios, quienes, cuando no les alcanzaba el dinero ni para tomar un café o cuando tenían que salir con una chica o preparaban una francachela, le llevaban libros y, en ocasiones, hacía buenos negocios con una primera edición o uno raro.

Una mañana estaba en el bar conversando con mi amigo Luciano cuando llegó Lencinas, un flaco que escribía cuentos. Había publicado un libro costeado por él mismo en una pequeña editorial, pero no había vendido nada y comenzó a charlar sobre su estilo.

Él decía que era realista o naturalista

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