Cuando recuerdo mi lugar de nacimiento, Zhucheng, en Shandong, lo primero que me viene a la mente es nuestro siheyuan, la casa tradicional con patio en la que crecí. Dentro de los muros blancos que albergaron a mi familia durante generaciones, puedo oler la comida de mi madre y escuchar a mis hermanas cantar.
Hoy en día, Zhucheng es famoso por los dinosaurios, pero en aquel entonces sus esqueletos dormían, aún sin descubrir, bajo las tierras fértiles. De niña, yo corría por esos campos, bailando con inocencia sobre esos gigantes. Saltaba sobre la muralla exterior de nuestro pueblo, desgastada por el tiempo, una boca de piedra con dientes mellados. Aunque las bombas dejaron cicatrices en nuestro paisaje, resistimos. Volvimos a crecer y reconstruimos.
La paz era escurridiza, breves inhalac