Todo comenzó como un juego de niños. Hugo Deans, con apenas ocho años, exploraba un bosque cercano a la Universidad de Pensilvania cuando algo llamó su atención: unas pequeñas esferas junto a un nido de hormigas . Pensó que eran semillas, así que las recogió para mostrárselas a su padre. Aquel gesto inocente fue el punto de partida de un descubrimiento que cambiaría la perspectiva de los ecólogos.

Su padre, Andrew, es profesor de entomología y supo al instante que no eran semillas, sino agallas de roble. Estas formaciones son tejidos que los árboles crean por la acción de algunos insectos. Lo que padre e hijo no sabían en ese momento es que esa simple observación infantil daría pie a un estudio completo, publicado más tarde en la revista American Naturalist , que redefinió ideas

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