El estudio está inundado por la luz suave de la tarde, la que se filtra entre los objetos y resalta los contornos de un hombre que, sin proponérselo, capturó una de las fotografías más icónicas de la música popular argentina. Silvio Fabrykant observa, medita y se detiene en cada pregunta, como si cada respuesta fuera el disparo de una cámara antigua, esa que requiere un instante justo y una mirada certera. Ante él, la historia de Gilda , de la cumbia, de una Argentina retratada entre flashes, anécdotas y silencios, se despliega como una película.

Uno podría pensar que el mayor retratista del país buscaría siempre robarse el centro de la escena, pero la autopercepción de Silvio descoloca: “No es por falsa modestia. Yo me considero el fotógrafo más grande que hay (risas)... pero darle

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