No hace falta ser Agustín de Hipona para marcarse unas reflexiones sobre el paso de un señor, el tal Tiempo, que ostenta gran amor a la vida, pero, en el fondo, es un canalla y cada vez lo es más, y esto último lo digo por completo subjetivamente; como sujeto que es uno. El orden de los sucesos, el tiempo, es un majado de situación, movimiento y ánimo. También es un adictivo compañero del alma, y uno bien traidor, porque más pronto que tarde acaba por mostrar una falta de respeto a nuestra vida realmente decepcionante. El tiempo no es de fiar. Hay que quererlo como es.

A algunos vitalistas cercanos, adictos a reprender al serio y hacer estigma de la tristeza como de la mismísima muerte, y quizá a dar bienvenidas al sol o aplausos al acostarse el astro, les resulta incómodo comentar la dec

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