El cristal cruje bajo los pies de Bohdan Chernukha mientras observa el esqueleto calcinado de lo que, hasta hace unas horas, era el refugio cotidiano de cientos de familias. El aire en Kiev lleva aún el olor agrio de la pólvora y el polvo suspendido tras una de las noches más largas de la guerra. Un ataque masivo de Rusia con 405 drones y 28 misiles, dirigido principalmente a barrios civiles y a infraestructuras energéticas, ha dejado tras de sí un paisaje roto en el corazón de Ucrania . En la acera, frente a un edificio partido, Bohdan resume la devastación de su mundo con un susurro que traza el límite entre la incredulidad y la resistencia: “Tenemos un edificio destruido. Este es su mundo… esta es su paz” .
A su alrededor, trabajadores comunales barren fragmentos de una vida en