Durante el día, las estaciones de Shenzhen se parecen, en algunos aspectos, a las de cualquier gran ciudad: llenas de movimiento, altavoces y anuncios que marcan el paso de los trenes. Pero cuando el tráfico se relaja, algo cambia. En el mismo espacio donde hace unas horas había multitudes, aparecen vehículos autónomos y pequeños robots que se mueven con precisión, transportando paquetes de un punto a otro. No hay espectáculo ni artificio, solo un uso distinto de un entorno conocido. La red de metro, pensada para viajeros, empieza a servir también a la logística urbana en un momento en que cada minuto y cada metro cuadrado cuentan.

La idea de aprovechar el metro para mover mercancías no surge por capricho. En Shenzhen, como en muchas grandes urbes chinas, el tráfico en superficie se ha

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