Pedro Martínez ingresó a la vivienda que acababa de tomar en arriendo sin sospechar que al avanzar por el corredor de madera desgastada que conducía al comedor iba a descubrir algo que le alegraría la vida por unos minutos. Cuando el señor García, un gigantón que cubría su cuerpo con una extraña manta de lana, le entregó las llaves, lo hizo convencido de que su nuevo arrendatario no alcanzaría a vivir un mes en esa casa de portón pintado de rojo. Las experiencias que había tenido con otras personas que aceptaron habitar esa vivienda de paredes desconchadas sin saber con qué sorpresa se encontrarían lo llevaba a pensar que en esta oportunidad le ocurriría lo mismo. Pero no fue así. Se dio cuenta al mes siguiente cuando, al ir a cobrarle el arriendo, Pedro Martínez le abrió la puerta sonrien
El misterio de la puerta rosada

121