Hubo un tiempo en la vieja Asturias en que el sonido del agua no solo era la banda sonora de los pueblos de ribera: era un sonido asociado al pan, a la borona, a la torta... Un tiempo en el que, por cada río, había varios molinos: cosidos a las piedras de la orilla y atravesados por corrientes heladas, estos humildes edificios eran el corazón de una economía humilde, pero muy ingeniosa, donde la fuerza del agua movía el pan de cada día.

Hoy son muy pocos ya los molinos que quedan en pie: pocos los que han resistido al peso de la hiedra, la maleza, el olvido y el progreso. Sin embargo, la parte buena es que siguen ahí. Cosidos a las mismas piedras, enterrados en espesuras, vigías de la corriente y los cambios de estación…

Otra parte positiva es que en muchos concejos asturianos, conscient

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