Han pasado veintiséis días desde que supo que su mamografía no había sido informada. Lo tiene apuntado en el calendario del móvil, con un círculo rojo que cada mañana le recuerda que sigue sin saber si tiene o no cáncer de mama. Nunca había sentido una mezcla tan corrosiva de miedo, rabia e impotencia.
Pongamos que se llama Lola, que tiene 47 años y, como tantas otras mujeres andaluzas, acudió al cribado de cáncer de mama confiada en el sistema público que tantas veces ha defendido.
Cuando le llamaron para decirle que su mamografía “no había sido informada”, pensó que era un error informático. Después supo que no, que había cientos, quizás miles, en la misma situación. Que sus mamografías dormían en algún limbo digital, esperando que alguien decidiera mirarlas. La primera reacción de la

Granada Hoy