El título, Existencia Kamikaze , no es una metáfora estética. Es un acto de fe. Una declaración de que ya no le teme a caerse en medio del escenario, a que una canción no encaje en las listas, a que el público no la entienda. “ No se trata de hacer música perfecta. Se trata de hacer música que te deje respirar después de grabarla ”, dice, sentada entre cables y un teclado que aún huele a café y a noches sin dormir.
El disco es un mapa de sus influencias más profundas: el pop como esqueleto, el rock como latido adolescente que nunca se apagó, el folk como confesión en voz baja, y la electrónica como herramienta para llenar los vacíos que su cuerpo no puede tocar. No es un collage. Es una convivencia. Cada género, como un miembro de su familia, tiene su espacio, su rui

El Diario de Sonora

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