El silencio que cayó sobre las gradas después del tercer out de la novena no fue de frustración, sino de resignación. Los Algodoneros no solo perdieron: se desmoronaron sin haber logrado conectar un solo jonrón, sin un error del rival, sin ni siquiera una oportunidad clara en el cierre de la octava.

Raúl Carrillo entró con la calma de quien sabe que no necesita fuerza para dominar. Cinco ceros en la pizarra, cuatro hits dispersos, dos ponches y cuatro bases por bolas. Nada espectacular, pero todo preciso. Su curva se deslizaba como un cuchillo entre las costuras del bate, y los bateadores de Guasave, acostumbrados a la potencia, se quedaron mirando pelotas que no llegaban a su zona. No hubo gritos, ni gestos de protesta. Solo el sonido metálico de los cascos al regresar al dugout.

En el

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